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Negar el cambio climático no evita que suceda

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https://www.elnuevoherald.com/opinion-es/trasfondo/article219878270.html

Ahora que el huracán Michael arrasa con casas y comunidades, nos solidarizamos con todos los que se encuentran en su camino, pero también retomemos lo que algunos residentes destacados de Florida han dicho sobre el cambio climático.

“Uno de los embustes más absurdos en la historia del planeta”, exclamó Rush Limbaugh de Palm Beach. El gobierno de Rick Scott incluso llegó a prohibir a algunas agencias que usaran el término “cambio climático”, de acuerdo con el Centro para la Investigación Periodística de Florida (Scott lo negó).

Los floridanos miopes no están solos en absoluto. El presidente Donald Trump tachó el cambio climático de ser un fraude “creado por y para los chinos”. El senador James Inhofe, republicano de Oklahoma, “refutó” el cambio climático llevando una bola de nieve a la sala del Senado y señalando que afuera hacía frío; mediante métodos científicos igual de rigurosos, escribió un libro acerca del cambio climático llamado The Greatest Hoax (“El más grande engaño”).

Por desgracia, negar el cambio climático no evita que suceda. Carolina del Norte aprobó una ley en 2012 que prohíbe el uso de la ciencia climática en ciertos programas de planificación estatal; sin embargo, eso no intimidó al huracán Florence el mes pasado. Además, censurar el término “cambio climático” no está ayudando en nada a Florida en este momento.

Algunas personas dirán que este no es el momento para hablar de política. ¿Pero acaso no es nuestra responsabilidad mitigar el próximo desastre?

Tomemos en cuenta que los últimos tres años han sido los más cálidos que se hayan registrado. Por si fuera poco, los diez años con mayores pérdidas de hielo marino se ubican en la última decena de años.

Es verdad que no podemos vincular de manera definitiva el daño de un huracán en específico (o sequía o incendio forestal) con las emisiones de carbono en aumento. No obstante, digamos que es como jugar con dados cargados: podría haber caído un seis doble de cualquier manera, pero con mucha menos frecuencia.

“Hay un firme consenso entre los científicos que estudian los huracanes y el clima acerca de que las temperaturas más altas pueden hacer que los huracanes sean más intensos”, me dijo Kerry Emanuel, experto en huracanes en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Señaló que la probabilidad de lluvias con la intensidad del huracán Florence en Carolina del Norte casi se había triplicado desde mediados del siglo XX.

Cuando se forma un huracán, las inundaciones provocadas por el fenómeno causan más muertes que el viento, y el cambio climático las amplifica de dos maneras. Primero, eleva el nivel básico del mar, además de que ocurre una marejada. En segundo lugar, el aire más cálido retiene más humedad —casi un diez por ciento más hasta el momento— y eso implica más lluvias.

El profesor Michael E. Mann de la Universidad Estatal de Pensilvania me dijo que el huracán Michael debería ser una llamada de atención. “Como también debieron serlo Katrina, Irene, Sandy, Harvey, Irma o Florence”, agregó sarcásticamente. “En cada una de estas tormentas podemos ver el impacto del cambio climático: los mares más cálidos implican más energía disponible para intensificar estas tormentas, más daño a causa del viento, mayores tormentas y más inundaciones costeras”.

A principios de la década de 2000, no había mucha diferencia entre los partidos en torno a la política climática, por ejemplo, el senador John McCain hizo su campaña de 2008 como líder en la reducción de emisiones de carbono. En 2009, Trump se unió a otros ejecutivos empresariales para respaldar más acciones que abordaran el problema del cambio climático.

Sin embargo, durante los años siguientes Al Gore ayudó a que el cambio climático se convirtiera en un tema democrático, así como los hermanos Koch ayudaron a que la negación de ese fenómeno fuera la prueba de fuego para la autenticidad republicana. El tribalismo tomó las riendas y el escepticismo climático se volvió parte del credo republicano. Por lo tanto, ahora las encuestas muestran que la negación del cambio climático es mucho mayor en Estados Unidos, hogar de las más importantes investigaciones científicas del mundo, que en casi cualquier otro país notable.

Trump dice que sacará a Estados Unidos del Acuerdo de París, además de que no tuvo nada significativo que señalar acerca de un nuevo informe de las Naciones Unidas, el cual se ha calificado como un “llamado de alerta ensordecedor y penetrante” sobre las consecuencias catastróficas que plantea el cambio climático.

Los republicanos tienen razón en afirmar que todo esto es incierto. Sin embargo, en cualquier otro contexto sí intentamos evitar amenazas, aunque sean dudosas, por eso es irracional que Trump esté obsesionado con Irán, por ejemplo, pero sea indiferente ante la posibilidad de que estemos cocinando todo el planeta de manera colectiva.

Hay debates legítimos acerca de la mejor manera para reducir las emisiones de carbono, y hay motivos para ser escépticos de que lograremos frenarlas. Los impuestos al carbono tendrían que ser considerables para que tengan un impacto más grande, la geoingeniería es incierta y habrá dolorosas compensaciones en el futuro.

También deberíamos frenar el disfuncional Programa Nacional de Seguros para Inundaciones, que anima a la gente a vivir en zonas de baja planicie. Una casa en Misisipi se inundó 34 veces en 32 años, y recibió pagos de indemnización por un total equivalente a diez veces el valor original de la casa.

No obstante, ni siquiera estamos teniendo ese tipo de debates.

Me preocupa que la cobertura televisiva en los próximos días esté dominada por héroes en botes que rescatan a viudas de los techos de las casas. Sí, el drama humano es fascinante, pero no aborda el problema más amplio.

La forma de atacar el cáncer de pulmón no significó rendir homenaje a los médicos heroicos que trataban a los pacientes en cancerología, mientras se ignoraba el tabaquismo, sino más bien reducir el consumo de cigarrillos.

El cambio climático podría ser el problema más importante que enfrentamos, pues está transformando el mundo de nuestros hijos. En algún momento, quienes lo llaman un “fraude” desaparecerán y llegaremos a un nuevo consenso acerca de los peligros que plantea. Sin embargo, para entonces, quizá sea demasiado tarde.